La regresión narrativa del chavismo
Tras años de abandonar la narrativa clásica de Chávez el PSUV regresa a los discursos confrontacionales y la política de mano dura en año electoral.
A lo largo de los últimos años vimos un lento abandono de la simbología chavista tradicional, algo que formó parte de la estrategia del PSUV de normalizarse políticamente. El partido gobernante no quería seguir representando la autocracia mano dura y militarista de Hugo Chávez, ellos buscaban simular ser políticos profesionales de una democracia moderna, incluso comprometiéndose con los cambios estéticos correspondientes.
Quitaron vallas propagandísticas con los ojos de Chávez, Maduro se retiró en gran medida de la vida pública y hasta vimos campañas electorales usando colores distintos al rojo. Mientras más nos adentrábamos a la Venezuela bodegónica, más se alejaba el chavismo de Chávez, un intento a medias de olvidar un pasado de conflicto político y disfrutar de los beneficios de la apertura económica al mejor estilo post-soviético.
Este período de “liberalización” económica presentó grandes oportunidades de negocio y fue la época que consumó ese extraño matrimonio entre la boliburguesía y el empresariado clásico representado por Fedecámaras. El boom de restaurantes extravagantes, cientos de bodegones con productos importados, las torres en Las Mercedes. Qué curioso como la época de mayor cantidad de sanciones permitió tanto crecimiento, por insostenible que sería.
Por supuesto, eventualmente la gente comenzó a sentir las consecuencias de una apertura a medio camino. El verano de 2022 fue marcado por el reinicio de protestas callejeras lideradas por sindicatos y gremios profesionales, protestas que rápidamente se volvieron diarias.
Maduro, que había pasado un tiempo desaparecido de la vida pública tras aquel atentado en la Avenida Bolívar en agosto de 2018, trató de recuperar la popularidad que se había ganado con su perestroika temporal. Volvió a aparecer más en redes y televisión, esta vez reciclando una antigua narrativa nacionalista del chavismo que había quedado guardada en el clóset hace rato. El gobierno cambió la bandera de Caracas, removió el león asociado a la ciudad de varios lugares reconocidos, renombró la autopista principal de la capital y levantaron una atroz estatua de Guaicaipuro en caso de que alguien olvidase el cambio.
El PSUV decía representar a la verdadera Venezuela, si no estabas de acuerdo con ellos no eras ni venezolano. Apoyabas los cambios económicos o eras un traidor. La mano dura volvió a la narrativa pero pronto volvería a la práctica también.
El año pasado publiqué este artículo sobre lo que el 4 de febrero significa para el chavismo, no solo desde el punto de vista general en cuanto a lo que la fecha representa en su mitología interna sino qué posición ocupa la efeméride para el PSUV moderno. En el momento escribí que el 4F, como todo en el chavismo, solo es respetado por el PSUV cuando conviene políticamente. En febrero de 2023 el gobierno aún iba por el camino de esconder ese pasado autoritario que luce de república bananera y reemplazarlo con la imagen de una dictadura moderna a la China o Arabia Saudita. Ahí advertí que todo esto está sujeto a los vientos del momento y que, en cualquier instante, el chavismo adoptaría la postura que más les conviene.
Pues, unas meras semanas más tarde, el chavismo mano dura volvería bajo el disfraz de una cruzada pública contra la corrupción. A finales de marzo, el gobierno arrestó a más de 60 personas, acusándolos de formar parte de un esquema de corrupción en PDVSA el cual se estima le costó a la nación unos 23 mil millones de dólares. Por supuesto, todo esto ocurrió bajo la supervisión del PSUV, específicamente bajo la mirada del desaparecido Tareck El Aissami.
Se había acabado el PSUV “profesional”, pacífico y progresivo.
Desde entonces hemos visto un aumento absurdo en las narrativas conflictivas, ya sea el show del referendo sobre la Guayana Esequiba que vio un sinfin de amenazas bélicas dirigadas hacia Georgetown, las acusaciones a líderes opositores de regalar el territorio nacional, las nuevas supuestas conspiraciones para asesinar a Nicolás Maduro, las amenazas públicas hacia Estados Unidos, el griterío sobre los “apellidos” que no volverán y que quieren “bañar al país en sangre”, etc., etc.
Narrativas que Maduro, una vez escondido, ahora pronuncia desde actos públicos constantes, cadenas nacionales, un podcast de varias horas producido profesionalmente, un nuevo show en televisión que trata de ser la versión modernizada de Aló Presidente, un playlist oficial en Spotify, sus cuentas en redes sociales que han sido refrescadas, etc., etc.
Es difícil listar todos los cambios individuales pero la diferencia colectiva es notable, Maduro se ha vuelto más público y el gobierno se ha vuelto más conflictivo. Esto no se ha quedado meramente en las palabras, recordemos que Juan Guaidó terminó siendo corrido del país, Henrique Capriles fue agredido varias veces en actos de campaña durante la primaria, César Pérez Vivas fue atacado camino a Trujillo y varias personas cercanas a la campaña de María Corina Machado han sido arrestados en las últimas semanas.
El gobierno dice estar preparado para la violencia de la oposición pero, por ahora los únicos violentos han sido ellos, mientras corren a utilizar a sus alacranes para que legitimen una elección presidencial apurada y celebrada a mediado del año.
Curioso como, desde 2012, este gobierno no puede celebrar una elección presidencial “normal”. Pensemos en aquel momento, se le permitió al líder de la oposición (ganador de la primaria) competir contra Hugo Chávez y, cuando Chávez murió, tuvimos otra elección donde se volvió a permitir la participación de Henrique Capriles. ¿Alguien puede imaginar algo así hoy en día?
Ahora ni Capriles ni la ganadora de la primaria pueden inscribirse como candidatos, igual que en el 2018 tendremos partidos excluidos y un calendario electoral hecho a los golpes para salir de eso lo más rápido posible. Cada vez que nos acercamos a la elección vemos al gobierno regresar a su naturaleza: la mano dura, los ladridos y las amenazas.
Esta gente lleva 12 años sin poder competir, paralizados por el miedo de perder el poder, condenándonos a todos al mismo ciclo regresivo año tras año.
Por lo menos la tienen fácil a la hora de escoger su narrativa, han construido una simple fórmula:
¿Viene una elección? Gritos y amenazas.
¿Pasó la elección? Llamados a la paz y conciliación.