Problemas de rumbo
Pasada una década desde la muerte de Chávez nos vuelve a pesar la misma pregunta de aquel momento ¿dónde estará el país en 10 años?
“Ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones…
y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor.”
Aquella madrugada del 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez tenía una visión clara del rumbo que él quería para el país. Chávez, que en aquel entonces negaba sus tendecias socialistas/comunistas, había decidido que llevaría a cabo el “rescate” de las fuerzas armadas y de la nación en general por medio de la recuperación de los “valores e ideales bolivarianos”. Estaba tan comprometido con esta causa que había arriesgado todo para tomar el poder por la fuerza.
Chávez falló y esa mañana comenzó el proceso (que tomaría varios años) de replantearse aquel rumbo del que había hablado frente a las cámaras de Venevisión. Poco a poco las ideas autocráticas socialistas terminaron de apoderarse del pensamiento de Chávez (o de salir a la superficie) y el destino del país quedaría decidido: Socialismo del Siglo XXI. Las políticas del PSUV, desde Miraflores hasta los consejos comunales, quedarían marcadas como las decisiones de un tirano con ambiciones de héroe militar. Las amenazas públicas, la retórica general, las decisiones autocráticas y apresuradas, todo era parte de una visión bastante singular.
Pero el chavismo nunca fue estable, no podía serlo. Las consecuencias económicas traídas por sus políticas públicas solo eran tolerables por el furor popular que sostenía a Chávez en el poder. Bueno, eso y todos los pasos que Chávez y el PSUV tomaron para desmantelar la institucionalidad democrática del país.
Así llegó el 5 de marzo de 2013, tras meses de especulación, la muerte de Chávez fue anunciada al país por el entonces Vicepresidente Nicolás Maduro. Aquella tarde había sido, hasta entonces, un martes cualquiera pero el anuncio aseguró que quedaría incómodamente incrustado en la memoria de todos aquellos que lo vivieron.
Yo tenía 16 años y recuerdo bien como me sentí. Incredulidad, ansiedad, miedo. ¿Qué pasará ahora? La pregunta que pasó por la mente de todos nosotros.
Como muchos, me fui de inmediato a mi casa. Mi familia hizo lo mismo, nadie sabía qué pasaría pero todos teníamos ideas sobre lo que podía pasar. Era una oportunidad obvia para un golpe de estado y este país tiene una profunda historia llena de militares que lo han intentado, hasta era un día significativo por la muerte de uno de ellos. Entre toda la conmoción inicial seguida de silencio, el PSUV también contemplaba aquella interrogante. ¿Qué pasará ahora?
Por años el PSUV tenía una bola de cristal mágica que les permitía ver el futuro. Sabían que, con Chávez, las cosas estarían bien para ellos. Sabían que tenían la presidencia asegurada y no tenían que preocuparse por desarrollar una visión real del país. Esa tarde de marzo, tuvieron que ver la bola de cristal caer al piso y romperse. ¿Ahora qué?
Todos nos hicimos la pregunta. Muchos seguro creímos tener la respuesta. “Se acabó el chavismo”, “no hay forma que gane Maduro”, “esta es la última oportunidad para sacarlos”.
Nicolás Maduro dedicó sus primeros años de gobierno a “preservar” el legado de Chávez. La adulación pública de las cabecillas del partido a aquella figura mesiánica era evidente y palpable, era imposible ir por las calles de Caracas y no ver alguna pancarta con el rostro del ex-presidente o murales pintados en su memoria. Maduro se copió el estilo, se copió las apariciones públicas y discursos, “burguesito, burguesito”.
Entre 2017 y 2020 se vivieron los peores años en la historia moderna de Venezuela, lo que llevó a un cambio necesario de panorama para el PSUV si querían mantener la paz en el país. La solución fue básica, una liberalización económica extremadamente ligera pero que llevó a efectos muy visibles y notables tras los años de destrucción. Si te adentraste a un hueco de 18 metros entonces tomar medio paso para arriba parece un avance.
La liberalización económica vino con un cambio de tono en la retórica y un abandono progresivo de la imagen de Chávez. Maduro buscaba apaciguar las fuerzas políticas restantes del país ofreciéndole a una ciudadanía muy fatigada en lo político una Venezuela con ciertas novedades de primer mundo: nuevos servicios de delivery, negocios en línea, restaurantes y heladerías, tiendas de lujo, la vuelta de los casinos, un par de estadios, etc.
Esta época de abandono progresivo de la retórica chavista, de las políticas altamente coercitivas y del autoritarismo-mano-dura ha sido conocida como la “Pax Bodegónica”, especialmente en círculos académicos y de analistas de política nacional (honestamente desconozco si el término ha sido empleado fuera de estos círculos o si se conoce). Esta fue la vía escogida por Maduro y el PSUV para mantener su control sobre la nación y darle un poco de estabilidad a su mandato, algo que funcionó bastante bien por un año y que poco a poco ha llevado a un nuevo período de nacionalismo que Maduro ha utilizado para reemplazar la vieja narrativa socialista de Chávez.
Pero eso no era una visión de país, era una forma de mantener el control. A todas estas, la “paz” no duró. Las políticas que conformaban aquella nueva “apertura” han profundizado la división económica nacional entre los nuevos miembros de la “Venezuela Premium” y el resto de la población que sigue luchando para poder comer en un contexto económico increíblemente complejo. Así comenzaron las protestas del sector público tras la implementación del instructivo ONAPRE que le recordaron al gobierno que todo cambio de rumbo tiene un precio.
Las protestas de aquel verano y el alza del dólar paralelo llevaron a Raúl Stolk y Tony Frangie a preguntarse en las páginas digitales de Caracas Chronicles si la Pax Bodegónica había llegado a su fin. Creo que, con las protestas sostenidas del sector público, el alza continuo del dólar, la persecución de los movimientos gremiales y las organizaciones sindicales y la progresiva desmantelación del Partido Comunista de Venezuela, la pregunta ha quedado firmemente respondida.
Por un breve momento, el chavismo soltó un poco las riendas de la economía y nos recordaron que la única forma que conocen para lidiar con las quejas y críticas de la gente es reprimiéndolos. Esto debería ser un mensaje claro para todos los que creen que es posible llegar a un país vivible y estable con el PSUV al mando del aparato completo del Estado, están equivocados. Las cosas se complican un poco y los arranques celosos, autoritarios, malcriados y reaccionarios de esta gente nos tendrán viviendo en el mismo lugar. Sin progreso real.
Es difícil ver en estos últimos años una visión clara del PSUV del país que quieren, lo único que hemos visto han sido breves fases de transformación que parecen destinadas únicamente a la preservación del poder pero no el desarrollo de un proyecto-país único, propio y distinto al anterior.
Puede ser que el partido trate de volver un poco a la narrativa “despolitizada” de la Venezuela bodegónica, parte de un progreso para transformar a la nación en una Arabia Saudita regional, una dictadura que Estados Unidos deja en paz porque le conviene (aunque quizás esta oportunidad se les está escapando). La manipulación de las “oposiciones” continuará y seguirán fomentando el crecimiento de “nuevos liderazgos” que sean leales a ellos. Partidos dispuestos a dejar la lucha por el poder nacional a un lado a cambio de que los dejen ganar sus municipios tradicionales. Una existencia patética pero “segura”.
¿Dónde pensamos que estaría Venezuela en 2023?
¿Dónde estará el país en 2033?
Estas preguntas deben pesar en nuestras mentes este domingo, así como deben pesar en las mentes de la dirigencia opositora y por allá en Miraflores.