La "estabilidad" y la venganza política
Algunos pensamientos sobre el resentimiento hacia el sistema democrático y la estabilidad política continental en América del Sur.
Este pasado domingo 20 de noviembre los argentinos fueron a las urnas para elegir a su próximo presidente. En segunda vuelta, las opciones eran dos: por un lado estaba Sergio Massa, el ministro de economía del actual presidente Alberto Fernández y quien representa la continuación del kirchnerismo que ha ido destruyendo al país y, por el otro, Javier Milei, un libertario que no parece tener su ideología muy clara y que dudo esté bien preparado para el trabajo que le tocará.
Al final, Argentina votó a Milei, por un márgen considerable de unos 11 puntos porcentuales y con victorias en 21 de las 24 provincias del país. ¿Se equivocó Argentina? No sé. No creo que Massa haya sido buena opción tampoco, sus padres ideológicos y el mismo gobierno que lo designó ministro de economía han devastado al país, me cuesta mucho imaginar que Massa iría por un camino distinto. Lo que sí se es que Milei, de todas formas, me preocupa.
Pero no estoy aquí para hablar específicamente de él, de Massa o de Argentina. Quiero hablar de la estabilidad democrática y la venganza que se construye en las sombras. No hablo de Milei como una venganza o castigo, me refiero a las ganas de venganza que se construyen en contra de la democracia como sistema cuando, elección tras elección, lo único que le queda a la gente es aquel amargo sabor del fracaso.
Me explicaré.
El 15 de enero de 1985, Tancredo Neves fue electo como el nuevo presidente de Brasil venciendo a su rival, Paulo Maluf, con el 72,4% de los votos contra el 27,3% de Maluf. Suena como un márgen bastante amplio pero quienes conocen la historia sabrán que la diferencia fueron solamente 300 votos. Aquella elección no fue directa e universal, en vez, fue decidida por un colegio electoral de 686 electores, de acuerdo a las normas electorales aprobadas por la dictadura militar en 1981.
La dictadura, en poder desde 1964, había comenzado un proceso de “liberalización progresiva” en 1974, pero ese proceso siempre fue llevado conduciendo hacia un mismo objetivo, la permanencia en el poder. Por eso la reforma electoral de 1981, prohibiendo las coaliciones entre partidos, con la expectativa de así dividir a la oposición y lograr un resultado “electoral” que los beneficiase. Digo electoral entre comillas porque, si bien fue por medio de votos, difícilmente se alínea con el ideal democrático que muchos brasileños buscaban para su país.
Al final las cosas le salieron mal a la dictadura, ganó el opositor, pero Neves nunca ejercería el cargo, fallecería en abril de 1985 a causa de una enfermedad infecciosa. Su vicepresidente, José Sarney, asumiría las funciones de presidente y tendría que guiar a su país a través de las aguas peligrosas de una economía sumamente estancada. Sarney quedará enmarcado en la historia brasileña para siempre pues fue bajo su mandato que se celebraron las primeras elecciones presidenciales directas en casi 30 años. Aquella histórica contienda la ganaría Fernando Collor de Mello con el 53,03% de los votos en segunda vuelta.
La democracia había vuelto…
Collor de Mello no duró mucho, en 1992 presentó su renuncia a la presidencia tras ser investigado por un esquema de corrupción en la estatal Petrobras, una historia que a muchos nos sonará conocida. Al final, fue su vicepresidente, Itamar Franco, quien terminaría ejerciendo la presidencia por el resto del período. En 1993, el gobierno de Franco celebró un plebicito, donde el pueblo brasileño podía expresarse sobre la forma preferida para organizar políticamente la nación. Entre las opciones estaba la República y la Monarquía, ganó la primera con el 66% de los votos, en un proceso que tuvo una abstención de casi el 26% mientras otro 23,7% de los votos se fueron en blancos y nulos.
En 1995, Fernando Henrique Cardoso asumiría la presidencia, sacando el doble de los votos de su rival más cercano, Luiz Inácio Lula da Silva. Conocido como FHC, el oriundo de Rio de Janeiro continuaría el programa de privatizaciones masivas que había iniciado Collor de Mello, profundizando aún más la polarización existente entre quienes favorecían este camino más “neoliberal” y quienes se preocupaban por la dirección del país. Pero Henrique Cardoso no escaparía la perpetua crisis económica de su país, ni tampoco lograría alejarse de los escándalos de corrupción que hundieron administraciones previas.
Henrique Cardoso sería acusado de sobornar miembros del congreso para lograr pasar una enmienda constitucional que, en 1998, le dio el derecho de buscar la reelección. FHC alcanzaría esa segunda victoria, aunque la brecha entre él y Lula da Silva se reduciría, y gobernaría hasta el año 2003 cuando sería sucedido por el (por fin) victorioso Lula.
Ya aquí entramos a la historia más reciente de Brasil, la que será más conocida por muchos. La primera presidencia de Lula fue muy popular pero las sombras de la inestabilidad de los años anteriores continuarían acechando. A penas en 2005 Lula se enfrentaría a acusaciones de corrupción, esta vez por compra de votos. En 2016, ya fuera del cargo, Lula da Silva sería detenido por autoridades brasileñas como resultado de la investigación de corrupción Lava Jato, siendo posteriormente sentenciado a 12 años de cárcel. Durante todo esto, su heredera política, la presidenta Dilma Rousseff, se vería involucrada en el mismo escándalo de corrupción en Petrobras y por sus intentos de proteger a Lula de un juicio. Rousseff sería removida de la presidencia en 2016 tras un voto de 61 a 20 en el senado.
Rousseff fue sucedida por su vicepresidente, Michel Temer, quien ya se estaba enfrentando a su propio juicio político en medio de la remoción de Dilma. Habiendo sobrevivido a aquel juicio, Temer tendría que enfrentarse a otro en 2017 por el pago de sobornos, un drama que culminaría con su arresto en 2019 (aunque fue luego liberado). La esperanza de alcanzar alguna sembleza de estabilidad seguiría evaporándose con la presidencia de Jair Bolsonaro, un hombre cercano a la dictadura militar que salió del poder en 1985 y que habría abandonado su puesto en el ejército brasileño tras ser acusado de planificar un ataque terrorista en 1987. Tras a penas un año en el cargo, la popularidad de Bolsonaro se iría por el piso, un colapso público que terminaría con sus seguidores invadiendo el Palacio de Planalto, el congreso y la corte suprema tras su derrota en la elección presidencial de 2022. El mes pasado, Bolsonaro fue enjuiciado por violación de leyes electorales, lo cual terminó con su inhabilitación política por 8 años.
La investigación Lava Jato terminó desmantelándose por su propia corrupción interna, especialmente aquella de Sergio Moro. Aquella corrupta investigación anti-corrupción llevó a la liberación de Lula y, como sabemos, su reelección a la presidencia.
Cuando pensamos en la historia reciente de Brasil, es difícil pensar en la palabra “estabilidad”, lo único estable son los escándalos, las persecuciones políticas y los juicios a los altos funcionarios. Brasil elije y elije presidentes nuevos y una y otra vez son hayados culpables por corrupción, removidos, arrestados, etc., etc. Esto tiene consecuencias.
A pesar de que la opinión brasileña ha crecido hacia favorecer la democracia en las últimas décadas, lo que ocurrió tras la derrota de Bolsonaro en 2022 demuestra que hay un número considerable de personas que están negadas a aceptar resultados que no les gustan, incluso están dispuestos a arriesgar sus vidas y las de los demás para que las cosas se queden como ellos quieren. Esta historia, la de Brasil, nos debe sonar muy conocida en el continente. Sea Perú, Venezuela, Colombia, Bolivia o la misma Argentina, estoy seguro que muchos vimos similitudes entre el Brasil moderno y las recientes historias democráticas de nuestras naciones.
Quizás no sorprenda que los sentimientos anti-democráticos han crecido en el continente a lo largo de los últimos años. Incluso, ni los presidentes de la región pueden ponerse de acuerdo en qué es una democracia y qué no, con Gustavo Petro y Lula da Silva negándose a aceptar que Nicolás Maduro es un autócrata.
Esa falta de estabilidad, producto en gran parte de la corrupción de los nuevos mandatarios y aquella de los funcionarios que se les oponen, contribuye en la construcción de las ganas de venganza. Venganza no contra un candidato, un partido o un movimiento político en específico, sino venganza en contra del sistema en sí, venganza en contra de la democracia.
No nos debería sorprender cuando vemos personas preguntándose que qué ha hecho la democracia por ellos. El sabor del fracaso, el trauma de la inestabilidad irá, poco a poco, llevando a más y más personas a ver el pasado con lentes color rosa, especialmente si nunca vivieron aquel pasado. Así es que paramos con tantas personas anhelando los tiempos de dictadura, incluso aquí en Venezuela tenemos a muchos soñando con la llegada del próximo Marcos Pérez Jiménez.
Para aclarar, no creo que Milei sea (o vaya a ser) un dictador, o que su elección significa que los argentinos han abandonado la democracia, para nada. Pero Argentina está en una posición delicada y me preocupa el retroceso que podría enfrentar el país si Milei falla en asegurar mejores condiciones para los argentinos. Ni me imagino el golpe a la credibilidad de la democracia si Milei empeora las cosas en Argentina.
Todos sabíamos que, sin importar el resultado, se vendrían tiempos críticos para Argentina, ojalá Milei sea exitoso en sus proyectos y las condiciones de vida en su país mejoren. Ojalá.