La caída de al-Assad resalta las dificultades en Rusia
Hace más de mil días Rusia inició una guerra que presumían sería fácil. Ahora está atascada en Ucrania, tiene parte de su territorio ocupado y ha perdido Siria.
Siria es un desastre. Desafortunadamente, ese ha sido el estado general del país por más de una década. Los movimientos de la Primavera Árabe en 2011 llevaron a protestas contra el régimen de Bashar Al Assad, protestas violentamente suprimidas por las fuerzas de seguridad que resultaron en múltiples facciones armadas tomando las armas para ponerle un fin a aquel régimen.
Lo que por un tiempo llegó a parecer una rápida y exitosa revolución por parte de los rebeldes lentamente se transformó en una lucha por su supervivencia con la intervención militar directa de Rusia y la intervención indirecta de Irán por medio de su proxy libanés, Hezbolá. A ese cóctel de dificultades, los rebeldes Sirios (representados principalmente entonces por el Ejército Nacional Sirio y las Fuerzas Democráticas Sirias) tuvieron que enfrentarse a un al-Qaeda resurgente y el nacimiento y rápida expansión del Estado Islámico y sus demás grupos afiliados. Como si no fuese suficiente, Turquía invadió el norte de Siria en 2016 y mantiene una presencia militar en el país que apoya a los rebeldes pero se opone a las fuerzas kurdas, lo cual complica aún más las cosas ya que estos últimos forman gran parte de los esfuerzos armados de la oposición siria.
Eventualmente, los avances armados veloces y las operaciones a gran escala quedaron solo en la memoria de quienes habían participado. Por casi 5 años, Siria quedó prácticamente dividida en varios sub-estados de facto. Las transgresiones de un territorio al otro eran comunes pero su escala reducida, en vez de movimientos de tanques empezamos a ver más secuestros y asesinatos a pequeña escala. Parecía que la “estabilidad” por fin había llegado al país, aunque esa estabilidad no se veía para nada como aquello que tanto ansiaban y deseaban los sirios. La realidad puede ser infinitamente cruel.
En ese estado llegamos a mediados de 2024, cuando las operaciones armadas en Siria volvieron a crecer en escala y atrevimiento, principalmente por el resurgimiento del Estado Islámico y el inicio de la guerra entre Hamas e Israel el 7 de octubre de 2023. Pero tras tantos años de estancamiento, nadie esperaba que el régimen de Bashar al-Assad colapsaría tan repentinamente.
En solo 10 días, grupos de oposición liderados principalmente por Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), un grupo armado sucesor al grupo Jabhat al-Nusra (ente sucesor de al-Qaeda en la región) tomaron control de un tercio del país, incluyendo la capital Damasco. El dictador Bashar al-Assad abandonó el país, huyendo a Rusia y poniendo así fin a la dinastía Assad que había dominado Siria por 53 años.
Si bien la oposición ha ganado la guerra ahora les toca la difícil tarea de ganar la paz. Los meses siguientes serán tensos con muchas distintas facciones persiguiendo objetivos contrapuestos y con muchos obstáculos en el camino como lo son la ocupación militar de Turquía en el norte y la reciente invasión de Israel en el sur.
Mientras tanto, quiero tomar esta oportunidad para hablar de Rusia y su debilitación en el escenario global y de cómo eso puede preocupar a sus aliados, incluido ahí Nicolás Maduro.
¿A qué jugaba Rusia en Siria?
Como bien es sabido, el actual régimen ruso es bastante despreciado por los países de Europa. Su geografía resulta en que, si Rusia quiere acceder al Mar Mediterráneo, deben pasar por varios países antagónicos en el norte europeo como lo son los estados bálticos y Dinamarca, mientras que en el sur debe salir del Mar Negro arriesgando sus buques a ataques de Ucrania y pasando por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, ambos controlados por su histórico rival Turquía.
Por ende, Rusia quiere tener un puerto en el Mediterráneo al cual puede acceder sin tener que tomar tantos riesgos. Para Moscú hay una solución obvia: el puerto de Tartús en Siria.
Tartús y Siria le dan a Rusia exactamente lo que quiere, acceso al Mediterráneo sin la interferencia de más nadie. Las alianzas rusas con los regímenes cercanos de Irán y Azerbaiyán le dan a Moscú una vía aérea segura hasta la región y podrían incluso facilitar acceso terrestre, especialmente con la cercanía del gobierno en Irak. Bashar al-Assad le aseguraba a Rusia una concesión al puerto de Tartús mientras estos ayudasen al líder Sirio a preservar su poder.
La tendencia rusa de atacar infrastructura civil y su apoyo a un régimen que utilizó armas químicas contra su propia población han dejado a la oposición siria con un considerable disgusto hacia Moscú. La caída de al-Assad casi que asegura el fin de concesiones favorables a Rusia en la región, algo que sabían por allá considerando lo rápido que las fuerzas navales rusas comenzaron a evacuar Tartús cuando los avances de la oposición aceleraron.
¿Por qué Rusia no hizo nada al respecto?
A pesar de 9 años de intervención militar contínua, Rusia no intentó frenar los avances de la oposición a finales de noviembre, en vez dedicándose rápidamente a abandonar el país, dejando atras bastante material bélico e incluso tropas propias. Existen rumores de que Rusia ha negociado con los grupos opositores armados para preservar la seguridad de sus bases militares pero sabemos poco al respecto.
Pero la verdadera pregunta es ¿por qué permitieron llegar a esto?
La verdad es que, a pesar de la importancia estratégica de Tartús y la base aérea en Khmeimim, Siria se ha vuelto un dolor de cabeza para Moscú. Mientras que antes Rusia utilizaba la guerra en Siria como un campo de “práctica” para darle experiencia a sus tropas y probar tácticas, la situación en Ucrania se ha agravado tanto que ya Rusia no puede costear todos esos recursos que estaban atrapados en Siria.
Cada helicóptero de ataque, cada vehículo blindado, cada cañón de artillería que está en Siria es uno menos que puede estar en Ucrania y es allá donde Rusia más necesita estos recursos. ¿Significa esto que la caída de al-Assad le da oxígeno a Rusia en el Donbás? Genuinamente lo dudo, es más, resalta la difícil situación en la que se encuentra Moscú.
A pesar de la importancia de Tartús, Rusia no puede darse el lujo de pelear por ellos, necesitan cada hombre y pieza de material que pueden ahorrarse.
¿Qué significa esto para los aliados de Rusia? ¿Qué significa para sus rivales?
La caída repentina de al-Assad en Siria, aunada a las pérdidas que han sufrido las fuerzas paramilitares rusas en el norte de Mali, la ocupación ucraniana en Kursk, y el estancamiento del frente ucraniano revelan que Rusia es mucho más incompetente de lo que parecían ser.
Revela, también, que Rusia no está en una posición para sacrificar tropas y material para preservar la estabilidad de sus aliados, algo que no solo puede preocupar a estos últimos pero que también puede resultar en más atrevimiento por parte de sus rivales. Eso debería preocupar a cada uno de los gobiernos inpopulares que viven de apoyo ruso y quienes pasan sus noches rezando que Rusia intervendrá a su favor si las cosas salen mal. Ahí debe ser incluido Nicolás Maduro, quien habrá visto lo rápido que las cosas se te pueden ir de las manos cuando quienes te defienden deciden que están cansados de hacerlo. Recordemos que las tropas del Ejército Árabe Sirio se rindieron en masa, ofreciendo poca resistencia a los avances de sus enemigos.
La situación en Siria es muy distinta a la de Venezuela, que nadie se equivoque en eso, pero sí revela algo crítico para quienes ostentan el poder en Miraflores. Si las cosas salen mal, nadie va a meter las manos en fuego por ellos.